La Teosofía y el Buddhismo Hermanados para Conducir al Hombre

Editorial Enero 2016

 

La primera de las Cuatro Nobles Verdades del Señor Buddha es dukkha, una palabra que es comúnmente traducida como sufrimiento, dolor o descontento, pero al ser usada como la primera Noble Verdad, también incluye la idea de vacuidad e impermanencia en su significado. Al escucharlo por primera vez es común que uno sienta cierto rechazo instintivo, pero es inevitable que el estudiante de cualquier ciencia espiritual en algún momento dado tenga que hacer una profunda introspección sobre esta realidad, el estado de dolor y sufrimiento, de descontento continuo en el que vivimos; sin una mínima concientización de esto, ¿cómo podría nacer una fuerza en nuestro interior que nos impulse a anhelar salir de esta realidad en la que nos encontramos?, ¿cómo podría abrirse un canal que le permita expresarse desde lo más profundo de nuestro ser a esa grandeza interna que nos impele a ayudar al resto de los seres a salir de esta realidad? ¿Por qué querría alguien ayudar a otro ser si no ve que se encuentra en un estado de sufrimiento? Inconscientes del estado en que estamos, no vemos a la humanidad sufriente, tal vez sí en sus extremos como en una guerra o en una catástrofe climática, pero somos incapaces de reconocer el sufrimiento en la persona que pasa delante nuestro en la calle, porque somos incapaces de verlo en nosotros mismos, porque preferimos no verlo. Esperanzados en que esa ilusoria felicidad pueda existir en este mundo y bajo las condiciones que nosotros pretendemos, no vemos la imposibilidad de que esta felicidad perdure, cuando está basada en elementos externos, y que la única felicidad verdadera sólo puede surgir desde adentro.

Si el ser humano viera por un segundo el verdadero estado en el que se encuentra, perecería en el mismo instante, incapaz de soportarlo. Es nuestro estado de ignorancia un anestésico que nos permite seguir viviendo y experimentando en este mundo, hasta que podamos desarrollar a tal grado nuestra naturaleza interna, que podamos tener una comprensión del funcionamiento de la Ley como para ver el trasfondo de esta realidad y no solo los efectos finales en los que vivimos. Pero esta Ley no deja de operar por nuestra ignorancia, y la armonía que es perturbada por nuestros actos debe volver a su equilibrio. El ciclo de evolución por el que estamos pasando como humanidad, nos hace ver al mundo físico como el único existente, y a nuestro cuerpo, nuestros sentimientos, nuestras emociones y pensamientos, en resumen, nuestra personalidad, como lo que somos, dejándole muy poco lugar al desarrollo de nuestro verdadero ser, nuestra parte espiritual. El común de las personas vivimos en un estado de profundo egoísmo y orgullo, que no permite que el ser superior, nuestra individualidad, pueda expresarse, pero sería difícil encontrar una sola persona que, por lo menos por un segundo, no haya sentido su presencia, y que encuentre en lo más íntimo de su ser un ansia por retornar a ese estado.

Tanto la Teosofía como el Buddhismo nos enseñan que los únicos responsables del estado en que nos encontramos, somos nosotros mismos, y que no existe ningún ser externo que nos conduzca al mal” ni que pueda venir a salvarnos. Esto no quiere decir que no contemos con ninguna ayuda en el camino, existen una gran cantidad de individualidades que alcanzaron distintos estados de evolución por su propio esfuerzo y que, en un extraordinario acto de entrega desinteresada, velan por nosotros; sin embargo nuestra mayor fortaleza en este camino es la influencia de nuestro verdadero Yo, el Yo Superior, y para que esta influencia pueda llegar a nuestro plano es necesario generar una vibración que esté en armonía con él. La Sra. H. P. Blavatsky explica en La Doctrina Secreta que: Un nóumeno sólo puede convertirse en un fenómeno en cualquier plano de existencia, al manifestarse en ese plano a través de una base o vehículo apropiado, y si bien aquí ella hace referencia a la manifestación del universo entero, usando la analogía, del mismo modo podríamos decir que para que nuestro Yo superior pueda expresarse en nuestros Principios inferiores de conciencia, estos últimos deben ser bases o vehículos” apropiados. Los vehículos con los que contamos están llenos de vidas, con sus propios hábitos y costumbres, y no están dispuestas a fenecer tan fácilmente, ellas fueron generadas por nosotros en esta y otras vidas y ejercen una gran influencia sobre nosotros, haciendo que confundamos sus deseos, caprichos y necesidades, como nuestros. Para lograr transmutarlas en instrumentos útiles debemos contar con un sistema de Conducta, que nos lleve a vivir en armonía con la Ley y no en contra de ella.

No es un camino fácil el que se propone recorrer la persona que quiere avanzar en esta dirección, los hábitos y las costumbres nos hacen sentir una falsa sensación de comodidad. Todo cambio implica un desgaste, ya sea físico, psíquico o mental, y genera fricción con nuestro entorno e incluso con nuestros propios pensamientos, que lucharán por no cambiar. Es por esto que se necesita una verdadera intención de cambiar, un firme y real propósito de iniciar un cambio, reconociendo la impermanencia de nuestra existencia y el sufrimiento que esto conlleva, en nosotros y en la humanidad. 

H.P.B. y los Maestros dejaron en sus escritos una gran cantidad de referencias hacia el Buddhismo, declarándose ellos mismos buddhistas, pero siempre aclarando que el Buddhismo al que ellos hacían referencia era el Buddhismo Esotérico y que el mismo es idéntico a la Teosofía. El Buddha recorrió este difícil sendero, acompañado por su propia fuerza de voluntad con el firme propósito de acceder a la verdad o fenecer en el camino, y así alcanzó el más alto estado de espiritualidad al que puede aspirar el ser humano en el presente ciclo de existencia. Pero él no continuó su propio camino desinteresado del resto de la humanidad, en un acto de extrema compasión decidió permanecer entre nosotros y mostrarnos el camino que había recorrido, él nos dice que todo es dukkha, pero nos habla de su origen y su cesación,  y continua su enseñanza dándonos el conocimiento del sendero que conduce a esta cesación, el sendero del medio, el Noble Óctuple Sendero. El Buddha nos muestra que así como él, nosotros también podemos acceder a una vida espiritual, y al haber recorrido él mismo el camino, hizo que el nuestro sea más fácil. Sólo nosotros podemos recorrer nuestro camino, nadie puede hacerlo por nosotros, y al hacerlo le estaremos haciendo más fácil el camino a los demás.

 

 Emmanuel Velázquez

Integrante del Centro