Acerca del Mal y su Origen

Editorial Junio 2015

 

Decir que el mundo se encuentra inmerso en una violencia descontrolada y la humanidad padeciendo esa misma violencia día a día, no es novedad para nadie. La tecnología actual nos permite estar en contacto con el resto del mundo y de esta manera tenemos la posibilidad de observar la maldad que algunas personas, instituciones o gobiernos ejercen sobre otras personas o sobre el planeta mismo y toda la vida en él. Y esto vivido “en tiempo real”, como suele decirse. Es verdad que también nos llegan noticias agradables que nos hacen sentir bien, pero seamos honestos, ¿en qué proporción unas y otras? Las buenas acciones casi se pierden de vista en medio del resto.

Este panorama en que las novedades llegan a nuestros hogares sin que podamos evitarlo, hace que vivamos esas situaciones como si fueran propias pero también nos permite hacer una reflexión acerca de si el mal que trae sufrimiento al mundo podría evitarse o no.

H.P.B. dice respecto al mal:

“…Las semillas del mal y del dolor fueron, por supuesto, el resultado y la consecuencia primera de la heterogeneidad del Universo manifestado. Con todo, no son sino una ilusión producida por la ley de contrastes que, como ha quedado descripto, es una ley fundamental de la naturaleza. Ni el bien ni el mal existirían si no fuera por la luz que mutuamente se proyectan…” (1)

Daría la impresión que es necesario hacer una distinción entre el mal que padecemos por el proceso natural de diferenciación en la manifestación, con el mal producido voluntariamente por los hombres.

“…A medida que se multiplica la humanidad y con ello el sufrimiento, que es el resultado natural de su creciente número, se intensifican los dolores y las penas. Vivimos en una atmósfera sombría y de desesperación, pero esto es debido a que nuestros ojos están abatidos y clavados en la tierra, con todas sus manifestaciones físicas y groseramente materiales. Si en vez de esto, el hombre, al seguir su viaje por la vida, mirara no hacia el cielo lo cual es solo una expresión del lenguaje, sino dentro de sí mismo, y centrara su punto de observación en el hombre interno, entonces escaparía pronto de los “anillos de la gran serpiente de la ilusión”. Su vida, desde la cuna hasta la tumba, sería entonces soportable y digna de vivir, aún en sus peores fases…” (2)

Nuestro mundo se encuentra en guerra. Guerras aisladas en muchos lugares del planeta, y el sufrimiento no para, pero, ¿por qué? ¿Cómo se llegó a este punto? Hay quienes dicen que el mal está en el ser humano y no se puede erradicar y esto parece mostrar que no hay salida para nuestro estado actual. Sin embargo la Teosofía nos muestra que hay un camino a seguir si queremos cambiar esto y que la decisión es nuestra y de cada uno. La reflexión sobre nuestro actuar individual y colectivo, es el primer paso a realizar. Si además nos apoyamos en lo que han dicho esos sabios que superando la instancia humana en la evolución, la trascendieron, nuestra reflexión será de mayor provecho.

Dice un Maestro en una de sus cartas a A. P. Sinnett:

“…Nuestras ideas sobre el Mal. El mal no tiene existencia per se; no es más que la ausencia del bien y existe sólo para aquel que es su víctima. Procede de dos causas y, como el bien, no es una causa independiente de la Naturaleza. La Naturaleza carece de bondad o de maldad; ella sigue solamente leyes inmutables, tanto cuando prodiga vida y alegría como cuando envía sufrimiento y muerte y destruye lo que ha creado. La Naturaleza tiene un antídoto para cada veneno y sus leyes, una recompensa para cada sufrimiento. La mariposa devorada por un pájaro se convierte en ese pájaro, y el pajarillo muerto por un animal entra en una forma superior. Es la ley ciega de la necesidad y el eterno ajuste de las cosas, y por eso no puede llamársele Mal en la Naturaleza. El verdadero mal procede de la inteligencia humana y su origen reside enteramente en el hombre racional que se disocia de la Naturaleza. La humanidad es por consiguiente, la única y verdadera fuente del mal. El mal es la exageración del bien, la progenie de la codicia y el egoísmo humanos. Piense profundamente y descubrirá que, excepto la muerte, que no es ningún mal sino una ley necesaria, y de los accidentes, que siempre encontrarán su retribución en una vida futura, el origen de todo mal, tanto pequeño como grande, está en la acción humana, en el hombre cuya inteligencia lo hace el único agente libre de la Naturaleza. No es la Naturaleza la que crea las enfermedades, sino el hombre. La misión de este último y su destino en la economía de la Naturaleza es morir de muerte natural en la vejez; exceptuando los accidentes, ni un hombre salvaje, ni un animal silvestre (en libertad) mueren de enfermedad. El alimento, las relaciones sexuales, beber, son todas necesidades naturales de la vida; sin embargo, el exceso de ellas conduce a la enfermedad, la miseria, el sufrimiento mental y físico, y todo ello es transmitido como los mayores males a las generaciones venideras, la progenie de los culpables. La aspiración, el deseo de asegurar la felicidad y el bienestar de los que amamos, consiguiendo honores y riquezas, son sentimientos naturales muy loables; pero cuando estos transforman al hombre en un tirano ambicioso y cruel, en un avaro, en un ególatra egoísta, traen indecible sufrimiento a los que le rodean; a las naciones, así como a los individuos. Todo esto, pues, el alimento, la riqueza, la ambición y otras mil cosas imposibles de enumerar, se convierten en el origen y en la causa del mal, tanto por su abundancia como por su carencia. Tórnese glotón, libertino, tirano, y se convertirá en causante de enfermedades, miseria y  sufrimiento humanos. Si le falta todo y pasa usted miseria, se le despreciará por ser un don nadie y la mayoría del rebaño, sus semejantes, hará de usted un desdichado para toda su vida. Por lo tanto, no hay que culpar ni a una deidad imaginaria ni a la naturaleza, sino a la condición humana envilecida por el egoísmo…” (3)

Podríamos concluir nuestra reflexión pensando que sólo deberíamos padecer el sufrimiento que sentimos por el proceso que la naturaleza nos impone como parte de la evolución, por la ilusión que Maya provoca en nosotros debido a nuestra ignorancia.

Pero también está el sufrimiento por no reconocer que todo se transforma, que la vida es un continuo proceso de cambio en el cual es imposible aferrarse a algo, y mucho menos posible en el mundo físico al que nuestro actual estado de conciencia nos limita. Continuamente sentimos el desgarro que produce el apego, al comprobar que no hay nada que podamos poseer para siempre. Y en medio de la batalla librada en nuestro interior, batalla que existe aunque no la veamos o no la queramos admitir, nos infringimos mayor sufrimiento a nosotros y a los demás. Pero esto, de alguna manera, puede comenzar a ser revertido, con el sólo hecho de que reconozcamos el estado de las cosas y ejerzamos nuestra más elevada voluntad en pos de hacer crecer nuestras mejores condiciones humanas; lo que nos llevará a través de un continuo esfuerzo a resolver nuestros apegos, y aunque no podamos cambiar rápidamente la realidad de la vida actual, por lo menos contribuyamos a no aumentar más, el ya exagerado sufrimiento en este mundo.

 

 Andrea Suarez

Guillermo Colombo

Integrantes del Centro

  

 


(1) y (2) Extraidos del artículo El Origen del Mal (“The Origin of Evil”), publicado en la revista Lucifer, Vol. I, N° 2, octubre de 1887, págs. 109-119.

(3) Extraido de la carta N° 10 del libro Las Cartas de los Mahatmas a A. P. Sinnett, editada por T. A. Barker.