Reflexiones: H.P.B. en su faceta de escritora
Editorial Agosto 2014
En el presente mes creímos oportuno republicar un artículo escrito por nuestra querida hermana Nora Spairani. En el año 1991 ella fue electa como Secretaria General de la S.T. de Adyar, en Argentina, precisamente el año en el que se conmemoraba el centenario de la muerte de H. P. Blavatsky. Esto le permitió hacer una de las cosas que más le agradaban, compartir las historias, anécdotas, características y puntos sobresalientes de las personalidades del Movimiento Teosófico. Algo que tan bien hacía con su gracia y humor particular, intentando transmitirnos esa inspiración que ella misma había encontrado en el estudio de la vida y de la obra de estos personajes.
Como muchos de nosotros, ella sintió un profundo agradecimiento y amor por esta extraordinaria mujer que fue H.P.B. y esto podía verse en el modo en que Nora contaba, ya sea en sus conferencias, en las ramas o en conversaciones personales, estas anécdotas de su vida y de las dificultades por las que tuvo que pasar para fundar la S.T. y hasta los últimos días de su vida. Nora también supo ser a su medida, un ejemplo de las luchas y dificultades por las que tiene que atravesar toda persona que alberga en su corazón esta filosofía, y a pesar de eso supo permanecer firme trabajando para intentar difundir este conocimiento tan necesario para nuestra humanidad.
En esta ocasión ella nos habla con su tono agradable y entusiasmo habitual, sobre una de las características más interesantes de H.P.B. y nos invita a profundizar en la belleza de sus escritos. Publicado originalmente en la revista “Cambios” como Reflexiones (nº 5 enero-marzo de 1991), hoy nos alegra poder compartirlo con todos los lectores de nuestra página.
Presentado por Emmanuel Velázquez
Integrante del Centro
1991. El año Internacional Blavatskyano. Hoy quisiera ahondar un poco en la faceta de H.P.B. como escritora. Con rasgos de belleza singular algunas veces, de tremenda profundidad otras, su fino sentido del humor ronda en su correspondencia y en su notas personales.
En la Introducción de “La Doctrina Secreta”, dice que solamente pone el cordón con el que va a atar “un ramillete de flores escogidas”. Ella fue, obviamente, una experta en el arte de “escoger”; pero, en algunos casos, dónde encontró las flores para el ramillete –por no decir nada del cordón– es un verdadero misterio.
Refiriéndose al modo en que las imágenes, las fechas, los datos históricos y los detalles de razas y naciones se presentaban en su mente como en un rompecabezas al que después daba forma, dice: “Con seguridad no soy yo quien lo hace, sino mi Ego, el principio más elevado que mora en mí”.
Olcott recuerda su incansable capacidad de trabajo, sentada en su escritorio de la mañana a la noche. Trabajaba sin un plan fijo escribiendo en un momento sobre Brahma, sobre un fenómeno eléctrico recién descubierto al momento siguiente; citando ahora Porfirio y luego un pasaje del periódico del día.
No viajaba con muchos libros. Sin embargo las citas esparcidas a lo largo de su obra tocan cientos de volúmenes. Sus manuscritos eran algo muy especial: cortados, emparchados, vueltos a cortar y a emparchar, con agregados de último momento que volvían locos a sus ayudantes y a los editores. Cuando debía trasladarse, era con seguridad un manuscrito ya empacado al que necesitaba agregar algo. Y había que volver a desatar el paquete para que pudiera completarlo. Una tarea de nunca acabar. Siempre incansable. Siempre dispuesta.
En francés, en inglés, en ruso; la suma de sus escritos cubre 17 grandes volúmenes. Aquí polémica, más allá crítica o caritativa, no hubo faceta del quehacer de su tiempo que se le escapara.
A veces el ingenio: “No me siento bien. Estoy enferma, biliosa, dispéptica y enojada con todo el universo.”
A veces la ironía: “Después de haber dedicado media página a expresar mi pena por haber herido los sentimientos del Sr. Hume, creo que le dije peores cosas en las tres páginas siguientes que el día anterior.”
Siempre su amor por los Maestros: “Durante meses he tenido algo escondido muy en lo profundo de mi corazón y lo callé hasta ahora sólo por la veneración que siento por el Mahatma K.H….”
Su sentido del deber: “Se lo repito una vez más: yo debo cumplir con mi deber, aunque los otros no lo hagan…”
Su naturaleza íntima: “Usted debería saber que mientras me interesan poco los teósofos adornados con joyas como un cadáver griego y vestidos con satenes y terciopelos, mucho me preocupan aquéllos que llevan la Teosofía en sus corazones y no sólo en sus labios…”
Y siempre la nota bella: “De repente se levantó un viento helado que casi apagó nuestras antorchas. Apresado en el laberinto de rocas y arbustos, formó remolinos y con fuerza sacudió el verde plumaje de la floreciente morinda; luego, liberándose, se escapó por el paso, aullando y silbando, como si todos los espíritus de la selva gimieran en un canto fúnebre por las hechiceras de la montaña…”
Hay más. Mucho más. Para gozar. Para estudiar. Para reflexionar. Para compartir. Este año y muchos por venir.
Nora Spairani